viernes, 6 de agosto de 2010

Una cara sutil. Una brisa delicada me roza la cara. Un cuarto silencioso. Una cabeza brillante pero que nadie había descubierto todavía. La intriga me carcomía. Quería empezar a hablar, pero había algo en su mirada que me advertía que no lo hiciera. Un dejo de desprecio, peyorativo, aniquilador. Preferí callar. Mantuve distancia porque no quería despertar en ella ningún sentimiento de rechazo. Aún me torturaba la misma inquietud. Necesitaba acercarme hacia ella sin que siquiera lo percibiera. Y en caso de que lo hiciera, no querría que su primer deseo fuese que así como me acerqué, me alejase. Tuve que pensar una buena estrategia que funcione. Me mantuve al margen. No se cuánto tiempo habrá pasado hasta que me animé a dar el paso. Desenfundé de mi bolsillo un paquete de particulares y la invité uno. Para mi sorpresa, aceptó. Agarré mi encendedor y lo acerqué a su boca. Prendió el cigarro y me miró. Pero ahora su mirada había cambiado. Nunca supe qué significó eso. Me quedé en silencio y tan sólo me entretuve al verla fumar. El humo que salía de su boca parecía acariciarla, como si no quisiera dañar su rostro. Sus ojos no se volvieron hacia mí, tan sólo lo hacen cuando enciendo un cigarrillo que yace en su boca. Después de 10 años, no me canso de verla fumar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario